¿Cuántas veces has escuchado estas frases?: “Me llevo mejor con los hombres”; “Las mujeres no se llevan bien, ni entre ellas”; “Las primeras que se critican son ellas”, y la peor de todas, “Las mujeres complican todo”. Nos enseñaron a que no debíamos estar juntas, a que seríamos enemigas y que no podríamos convivir en paz una con otras. Y ustedes no se han preguntado, ¿por qué? sencillo, para tenernos en la privacidad de la casa, limitándonos a ocuparnos del hogar, la crianza de los hijos y demás.
Nuestras abuelas crecieron sin tener a otras mujeres como aliadas que las guiaran y apoyaran, porque se criaron bajo un pensamiento patriarcal, y la verdad, eso no era su culpa porque en esa época fue así.
Yo crecí en un entorno familiar liderado por el patriarcado pero también bajo la crianza de dos mujeres fuertes y valientes de las que heredé el carácter. Mi mamá era hija única entre cinco hermanos. Yo fui hija única, sobrina y nieta por muchos años entre figuras masculinas. Los hombres, comenzando por mi abuelo, eran quienes decían, actuaban y llevaban el sustento, mientras que las mujeres se encargaban del hogar.
Mi abuela no solo formó y educó a sus cinco hijos, sino que también ayudó en la educación de todos sus nietos, apoyaba a mi abuelo en sus negocios y su hogar siempre estaba impecable, cabe destacar que todo esto sin ayuda.
Mi mamá, una hermosa mujer y, madre soltera, me enseñó lo que era tomar las riendas sin la ayuda de un hombre. Me enseñó a trabajar con dignidad y que todo era posible con determinación y valor. Así que desde muy joven aprendí que: “Ni la belleza es sinónimo de éxito, ni la felicidad llega con el tan esperado príncipe azul”. Mi madre y mi abuela también me enseñaron a hacer realidad mis sueños, con valentía y bondad en mi corazón.
Seguramente como yo, muchas de ustedes crecieron así. Nos hemos dado cuenta de que el empoderamiento femenino es realmente fuerte, sólido y que es el momento de cambiar paradigmas y escribir nuestra propia historia, una donde reconocen nuestra fuerza y valentía, una en la que no pisamos a otros para alcanzar nuestros objetivos, una en donde caminamos más rápido y más seguro porque vamos juntas.
Las personas confunden el empoderamiento con ínfulas de superioridad, y la verdad, es que no es así. El verdadero empoderamiento femenino no se trata de pisotear a otros y ponernos por encima de los demás, y eso incluye a las mismas mujeres, se trata de que todos estamos en las mismas condiciones en participar en distintos escenarios y no porque seas mujer debes ganar menos que los hombres, o en el caso femenino, no porque seas una mujer en una posición privilegiada te sientas en la libertad de pisotear a otras mujeres.
En mi caso, yo empodero a las mujeres dándoles el lugar que se merecen. Apoyándolas, motivándolas, haciéndolas sentir bellas y cómodas con su cuerpo cada vez que me piden algún tip de estilo o acuden a mi para que las asesore sobre qué comprar o qué les queda mejor. Las mujeres reales nos apoyamos, nos decimos la verdad e impulsamos a las otras, porque no se trata de que solo resalte yo o que solo resaltes tú, todas podemos brillar. No tienes que apagar el brillo de otros para resaltar tú.
Yo prefiero la sororidad, esa alianza que se forja entre mujeres para conseguir un mejor lugar en la sociedad, uno donde dejemos de ser las oprimidas. Un vínculo positivo basado en el apoyo y la confianza. Unidas somos más poderosas y acortamos el camino hacia nuestras metas.
Las mujeres nos vemos mejor cuando nos apoyamos unas a otras, y ese, es el verdadero empoderamiento.